viernes, 17 de julio de 2009

Perros muertos


Hago lo necesario para no perder asidero con la realidad. Emprendo labores ordinarias, escucho las voces de los transeúntes y toco la corteza de los árboles o el metal hirviente de las cajuelas de los coches. Pero los espectros se agazapan en mi cotidianeidad.

Nunca he temido a los perros, hasta hoy. Desde hace un par de días, mientras camino por la avenida, los perros callejeros me saludan: me descubren a distancia y comienzan a mover el rabo, fijando sus ojos de canica en los míos asombrados. Cuando paso a su lado me olisquean y me siguen. Temo que me muerdan la pantorilla, aunque de reojo veo que siguen moviendo su rabo.

Y busco respuesta a esta extraña empatía, y creo que mi olor ha cambiado o el del detergente que purifica mi ropa, o el de los líquidos espesos que nada pueden contra mis canas. Mas luego creo que los personajes de mis historias han huído de sus hojas o que todos los perros muertos que he visto andan sueltos por las calles. Unos y otros, seres imaginarios, me acosan. O tal vez sólo buscan derribar el asidero para que me pierda, nuevamente, en los mundos que temo crear.

Nota: El cuadro es de un pintor recién descubierto, vayan y devoren el color de Pablo Scioti.

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