martes, 27 de julio de 2010

Blog vs FB vs TT


Tras escribir un comentario, sobre el hecho de que uno siempre está solo, alguien contestó que con FB era imposible. Quiero creer que la respuesta fue una broma. De ser cierto, cerraría todas mis cuentas.

I
Uno siempre está solo. Es entonces, al aprehender este estado, que uno se asombra con todo lo que existe en el exterior. Las redes sociales son sólo ventanas diversas para contemplar un detalle de lo que está allá afuera. Estas ventanas son la proyección virtual de lo que somos y hacemos en la vida real, y de lo que desearíamos ser y hacer. Como cualquier ventana, las ventanas virtuales poseen límites lo que nos provoca la sensación de control casi absoluto; porque basta apagar la computadora, ausentarse unos días o borrar la cuenta para que un "paisaje" deje de existir. En la vida real los botones no son tan accesibles.

Desde la aparición de los blogs, los profetas de la comunicación surgen de debajo de las piedras. Los cánones y las recetas se escriben en serie. Los usuarios las leen con fruición. Así se ocupan del raiting, del número de seguidores o de consolidar una "multitud" de amigos. Se antojan pequeños depredadores de la comunicación, ávidos de popularidad virtual. Se alteran si alguien deja de ser su lector, si aquel los bloquea o no han sido incluidos en la lista de tal o cual. Al final, el comunicar, no es su objetivo; como ocurre en la vida real. Aquí las ventanas son espejos, son las más. Uno puede aprender del reflejo o contemplarlo a perpetuidad.

Están los usuarios que se mantienen al margen del "éxito" y crean círculos íntimos para contar su cotidianidad en un par de líneas, en entradas de blog o en un álbum de fotos; estos son mis favoritos. En las recomendaciones de un vídeo de música, de una animación o en un muestrario de letras, se crea una reunión de personas que poseen la misma tonalidad.

Atrás siguen los lúdicos que se pierden en las salas de juegos urgidos de nuevos contactos para crear granjas, restaurantes, imperios, mafias o convertir a todos en vampiros. Me uno a ellos, aunque lo mío son los juegos tipo "casa de muñecas". No me importa exhibir mi ocio, mi puerilidad me mantiene cuerda.

II
Blog vs FB vs TT, no hay mejor, no hay peor. Son diferentes. La moda es pasajera. Uno conserva las ventanas que le permiten ver, observar y decir.

No imagino mi vida virtual sin un blog, aunque mi dedicación aumente o disminuya según los meses, según los años, según la vida. Disfruto la informalidad de FB, es mi patio de recreos y un lugar de reencuentros. En cuanto a TT me quedo con el asombro de explorar el misterio de la brevedad o fluir en el vértigo de lo citadino en un TL.

Las redes no lo hacen a uno. Pero si esto ocurre sólo es el reflejo de la disfuncionalidad propia en la vida real. La red toma forma con lo que intentamos comunicar y con las respuestas de nuestros posibles lectores. Yo elijo qué decir en mi blog, quién juega conmigo en FB y el color de los 140 caracteres de mi TL. En estas proyecciones de mí misma, como en el mundo real, procuro cerrar las ventanas ante la estupidez y la mezquindad. Y recuerdo que uno está sólo y uno es más allá de la red.

lunes, 19 de julio de 2010

La mano en la tele de bulbos


Hace un par de semanas, en algún lugar de la red, vi la caricatura de una mano zombie. Entonces recordé una película que me causó oscura fascinación cuando era niña.

En lo que yo supongo era el canal 4, y como preámbulo de la programación habitual, se podían ver películas en blanco y negro. La de "la mano", la disfruté en la televisión de bulbos de casa de mi abuela. Creo que la transmitían con regularidad porque ella me avisó, más de una vez, que la presencia de "la mano" era inminente.

No recordaba el nombre de la película y menos del actor. Recurrí a Alberto quien posee una memoria cinematográfica privilegiada. Me bastó decirle que el actor tenía ojos de sapo y que aparecía en otras películas de terror para que me respondiera: es Peter Lorre.

La red nos dio otras respuestas, incluida la posibilidad del encore. The beast with five fingers (1946) está basada en un cuento, del mismo nombre, de W. F. Harvey. Semanas atrás, había descubierto al autor -y aquí asoman los cinco dedos de la coincidencia- en el sitio de Alberto.

Pueden seguir el recorrido de la mano aquí para descargarla. No necesitan una televisión de bulbos, pero les regalo mi recuerdo de la sala de la abuela: un salón lóbrego, con piso de duela, cargado de muebles de madera oscura, labrados, que creía parte de la tramoya de la mentada película; siempre custodiados por un Confucio de cerámica, más semejante a un duende, todo descolorido (como la peli).

También pueden leer el cuento por acá, en inglés (no encuentro una traducción en línea). Luego pueden dedicar los días a sospechar que la bestia está agazapada en cualquier rincón.

miércoles, 14 de julio de 2010

La venganza será de felpa


Todavía hoy quisiera saber a qué saben los pastelitos que Máshenka horneó en la casa del oso. También quisiera ver una isba con patas girando en alguno de los cuentos rusos. Pero aún tengo la duda sobre el final del primer cuento. Creo que el oso se sentía solo, y más que una esclava eficiente necesitaba algo de compañía. Porque ¿cómo pudo caer en la trampa que le tendió la niña si en realidad era un tratante de esclavos?

Decir que era un tratante es falso, jamás obtuvo ningún beneficio económico de la niña; sólo la certeza de que alguien lo esperaba en casa tras su jornada. Será que el corazón del oso, en el fondo, era tan suave y dulce, como imagino serían los pastelitos que horneó la niña. Era un oso que vivía en un bosque, lejos de las terapias grupales o de las sentencias de Freud; no supo comunicar sus necesidades.

Todavía hoy creo que el oso salvó a la niña quien no hubiera sobrevivido, sola, una noche en el bosque; pues sé que no todas las fieras hablan, viven en una choza y comen frituras.

Todavía hoy no quiero entender la moraleja de Máshenka, y menos aún la del oso con la pata de palo. Es un cuento breve que he releído hasta el cansancio. Desde niña, no he olvidado la melodía que compuse para la canción del oso. Es una lástima que los blogs sean silentes, podría tararearla para todos. Cada uno tendrá que componer la propia.

La tristeza del cric-cric-cric siempre nubló el sermón del "no robarás", minimizó el estigma del vengativo; pero mostraba la cobardía de aquellos viejos, los verdaderos depredadores de la historia.

En mi balanza de niña, la pata del oso me parecía más valiosa que los nabos del huerto. Y hubiese sacrificado a los ancianos con tal de oir la canción del oso durante unas páginas más. Enfin, no quiero entender.

Y así ocurre con ciertos cuentos y fábulas de la infancia. Uno no entiende, no quiere entender. Es una rebelión inútil. Es el anuncio de que lo que es justo e injusto es tan frágil como el papel de un libro viejo. Pero sucede que descubrimos que otros, un autor desconocido, han estado en lo mismo (o eso quiero creer). Sin preámbulo encontré, gracias a Jesús DeLeón-Serratos, la imagen precisa del final que mi infancia deseo. Todavía hoy lo deseo. Cric-cric-cric:

jueves, 8 de julio de 2010

Tras el vidrio

En vano he esperado que los otros se arrodillen en mi cornisa y toquen el cristal de la ventana para dejarlos entrar. Me he equivocado al pensar que son los otros los que estan afuera. Yo habito en un exterior de cuatro muros, con su cielo de tirol y sus lagos coladeras.

Así, me arrodillo en la ventana y toco el vidrio. Nadie abre. No puedo entrar afuera. Y todos los mundos que he imaginado escurren allá adentro. Unos serpentean en el tronco del árbol, aquellos crean mares al pie de los setos. Sé que los gorriones no huyen de la lluvia sino de los rostros verdaderos de los otros. Lo sé porque observo sus máscaras mitológicas reposar sobre las nubes.

Me arrodillo y busco una oración. Pero sólo recuerdo las rondas de la infancia. Rezo. Toco el vidrio. Y espero que los otros lleguen en cualquier momento y me inviten a entrar al infinito.

(Ilustración de nicoletta ceccoli)

viernes, 2 de julio de 2010

Este verano será Yin

Contrario a la creencia popular, a los habitantes de las criptas nos gustan los ositos de felpa. Si lo piensa no resulta del todo absurdo. Así como están los claroscuros, los contrastes en las texturas provocan el asombro.

Aquí en las criptas todo es sonrisa descarnada. No niego que las calaveras me provocan alegría. Aun mi fiel mayordomo, Roderico, me da energía (más semejante a una patada en el culo, pero movimiento al fin). Pero hasta yo me canso de astillarme las manos en los osarios y de titiritar con la humedad que late en el musgo.

Los esqueletos que colecciono son mi Yang. Los ositos de felpa, mi Yin. Hace años que exhibo a estos últimos, sin tapujos. Sin esconder mi innata cursilería. Soy huesos, soy felpa, Yin-Yang.

Este verano será Yin. Le he pedido a los durmientes que confeccionen un inmenso oso de felpa. Voy a vivir ahí.

La fragilidad me urge a esconderme dentro de una barriga mullida. Y no sé, acaso logre encontrar nuevos hilos para la trama y la urdimbre de mis historias. Tendría nuevos vecinos: diminutos ácaros tomarían el café conmigo (en la cripta los desdentados sólo beben polvo). O tal vez todas mis imaginerías serían las de una muñeca de porcelana en su nicho, o las de un tostador en su embalaje. Ya no hablaría de putrefacción ni de los dientes de Berenice, no más cuencas vacías, no más rechinidos de dientes. Dentro de mi gran oso de felpa todo sería sabor pan con mantequilla y hojuelas de piel muerta que los ácaros mastican. Si me diera sueño podría dormir en cualquier sitio: la pata izquierda, la garra derecha, los sesos de borla. Si me aburriera podría escalar a la cabeza y asomarme por los ojos de resina, para aprehender la mirada estoica de los ositos de felpa. Este verano será Yin. Sea.