Contrario a la creencia popular, a los habitantes de las criptas nos gustan los ositos de felpa. Si lo piensa no resulta del todo absurdo. Así como están los claroscuros, los contrastes en las texturas provocan el asombro.
Aquí en las criptas todo es sonrisa descarnada. No niego que las calaveras me provocan alegría. Aun mi fiel mayordomo, Roderico, me da energía (más semejante a una patada en el culo, pero movimiento al fin). Pero hasta yo me canso de astillarme las manos en los osarios y de titiritar con la humedad que late en el musgo.
Los esqueletos que colecciono son mi Yang. Los ositos de felpa, mi Yin. Hace años que exhibo a estos últimos, sin tapujos. Sin esconder mi innata cursilería. Soy huesos, soy felpa, Yin-Yang.
Este verano será Yin. Le he pedido a los durmientes que confeccionen un inmenso oso de felpa. Voy a vivir ahí.
La fragilidad me urge a esconderme dentro de una barriga mullida. Y no sé, acaso logre encontrar nuevos hilos para la trama y la urdimbre de mis historias. Tendría nuevos vecinos: diminutos ácaros tomarían el café conmigo (en la cripta los desdentados sólo beben polvo). O tal vez todas mis imaginerías serían las de una muñeca de porcelana en su nicho, o las de un tostador en su embalaje. Ya no hablaría de putrefacción ni de los dientes de Berenice, no más cuencas vacías, no más rechinidos de dientes. Dentro de mi gran oso de felpa todo sería sabor pan con mantequilla y hojuelas de piel muerta que los ácaros mastican. Si me diera sueño podría dormir en cualquier sitio: la pata izquierda, la garra derecha, los sesos de borla. Si me aburriera podría escalar a la cabeza y asomarme por los ojos de resina, para aprehender la mirada estoica de los ositos de felpa. Este verano será Yin. Sea.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario