domingo, 31 de enero de 2010

En busca del mesías perdido


Ocurre que en los días existen segundos místicos. Es entonces cuando dirijo mis pupilas al cielo y añoro el regreso del mesías. Lo imagino emergiendo de una nube, todo vestido de blanco y con los ojos enrojecidos por la ira. Lo imagino en descenso, rodeado de su ejército celestial y con los ojos enrojecidos por la ira. Con un movimiento de su mano derecha limpia los mares y los ríos. Con un movimiento de su mano izquierda limpia las llagas y arrulla los estómagos hambrientos. Lo imagino inmenso, blanquísimo y con los ojos enrojecidos por la ira. Con un movimiento de su mano derecha azulea los cielos todos. Con un movimiento de su mano izquierda endulza los corazones todos. Lo imagino en los segundos místicos que guardan los días. Con el movimiento de sus manos arranca globos oculares de sus cuencas, cercena lenguas y vierte el rojo fuego de su ira en los laberintos de todos aquellos que han sembrado dolor en su nombre. Imagino a los nuevos sordos-ciegos-mudos, aterrados en sus tronos, desgarrados en sus nichos, mas todavía hambrientos de poder. Que sean malditos mil años. El consuelo habita sólo en escasos segundos que contienen los días. Los ojos enrojecidos observan tristes desde la otra orilla.

miércoles, 27 de enero de 2010

Legión en el baño o El Falso Flautista (2 de 2)


IV

Mi aislamiento sólo dura unos días. No salgo gracias a los consejos de Roderico sino porque existen ciertos deberes que debo cumplir. Algunos creerán que me hace bien regresar al mundo. El primer día sonrío a la gente y platico con cualquier transéunte. En el fondo sé que esa euforia es el equivalente a la risa nerviosa. Trato de convencerme que se está bien allá afuera, que es de cuerdos recorrer las calles y contemplar el exterior. Y todavía más el hacer algo productivo. Y me repito: ya estás bien, todo está bien, esto está bien.

V

No sé si algún docto ha escrito sobre el Síndrome de Hansel y Gretel, y desde qué ángulo lo ha abordado. No importa saberlo cuando uno se sabe víctima del mal. Por temporadas temo no regresar a determinado estado anímico; entonces me dedico a arrojar migajas en el camino que velen la posibilidad del retorno. Eso son los muñecos de jengibre que aún están sentados en la sala, migajas. No porque la Navidad sea mi ideal de estado anímico sino porque esos muñecos de felpa me hacen sonreír cada vez que regreso a casa.

VI

Así como en el cuento de Hansel y Gretel existen los pájaros glotones y agoreros, en esta casa existe El Falso Flautista. No debería de sorprenderme puesto que existe la Falsa Tortuga y el Falso Profeta. Y en mi pecera vivió el Falso Pescado y su descomposición. Tampoco debería sorprenderme mi fiel mayordomo. Lo sorprendí cuando bajaba las escaleras, disfrazado de flautista, tratando de sacar a los muñecos de la casa. Con gran descaro, y aprovechando mi ausencia, los había amarrado del pezcuezo con un mecate para arrastralos sin misericordia alguna y así recrear el éxodo de cierto cuento.

VII

He limpiado con un trapo húmedo a los muñecos aunque todavía me falta la aguja y el hilo para reparar los raspones en sus cuellos. Les digo a los muñecos que ya están bien, todo está bien, esto está bien, mientras pienso que salir al mundo sí es un desatino. Alguien debe quedarse en casa para salvar a los muñecos del infortunio. He guardado el mecate en mi bolso, tarde que temprano Roderico, el Falso Flautista, regresará a casa. No puede quedarse para siempre en las ramas del abedul, columpiándose y saludándome con su mano descarnada.

lunes, 25 de enero de 2010

Legión en el baño o El Falso Flautista (1 de 2)


I

Hace unos días decidí rehabilitar el tercer baño de la casa. Lo usábamos como bodega. Creo que llevaba diez años sin ver un trapo. Pero ya casi está listo para prestar servicio a la comunidad. Aunque mi garganta todavía no está lista; a pesar de ser fumadora, tengo cierta suceptibilidad al polvo (y más si es ancestral). Debí seguir el ejemplo de Roderico y usar un cubre boca.

Mientras escombrábamos, mi mayor temor no era el polvo sino la posibilidada de encontrarme con una alimaña. Sospechaba la presencia de una araña violinista, la loxosceles laeta, cuyo sobrenombre de "araña de los rincones" acrecentaba mi fobia. Conozco al mentado arácnido por mi cuñado quien se dedica a recolectar y ordeñar arañas venenosas. Y por él sé que son animales tímidos que buscan lugares apartados como si fueran ermitaños. No sé, yo más bien siento que se alejan para esconder su fatalidad. Lo aciago no siempre se exhibe.

No encontramos ningún ser vivo. Al final, el baño abandonado sólo fue un nicho de polvo y no el altar de la inmundicia.

II

Los días que siguieron a la labor de limpieza se transformaron en grisura. No es novedad que los demonios de la locura me persiguen y que puedo crear días en los que habita toda la tristeza y todo el horror. En mi descenso me dediqué a imaginar que en el baño no habitaban las arañas sino Legión, quien busca los rincones para esconder su fatalidad. Y yo le había abierto la puerta. Por la casa revoloteaban los años, los recuerdos, el polvo de las cajas y el salitre de los mosaicos.

Por ahí andaban los demonios desterrados, tiñendo el entorno. Es el precio a pagar cuando uno se afana en que nada se mueva. Como si lo estático fuera el placebo de la felicidad. Y uno paga el precio tras estibar cajas selladas por años, tras tender trampas al polvo que guarda los silencios, tras cerrar la puerta e inhabilitar lo que se ha sido.

III

Roderico me ha alentado para que salga de la casa. Dice que mi encierro no es cosa de cuerdos. Yo le digo que ha ratos no soporto la luz del día, que me provoca pánico el como delinea las formas. Él no contesta y se limita a extenderme los huesos de su mano de los que caen tuercas y tornillos. Le digo que su alegoría es un cliché. El contesta que yo soy el cliché de la alegoría. Para cuando encuentro una respuesta, descubro que ya no tengo interlocutor. Adivino que es Roderico quien se mece en las ramas del abedul, allá afuera, tras la ventana cochambrosa que Legión me ha impedido limpiar.

martes, 19 de enero de 2010

Parteaguas 19/Enero 19 de 1809 (Boston)


Todavía existen publicaciones cuyo diseño editorial se antoja inmaculado. Ya está a la venta Parteaguas, revista del Instituto Cultural de Aguascalientes. Se puede conseguir en cualquier parte del país a través de las librerías "Libros y Arte" de Educal. El "dossier" de este número está dedicado a la contracultura. Entre otros, recomiendo el texto de Armando González Torres: "La contracultura y sus inercias".

Y recomiendo, por autopromoción, y en este nuevo 19 de enero, mi texto "Un sueño dentro de un sueño: la poética de Edgar Allan Poe" cuya diagramación es el sueño de los que coordinan esta revista.

(Maestro, dulces sueños...)

lunes, 11 de enero de 2010

El diario de la tibia (Diario Íntimo de Roderico)

Querido diario:

Tras años de fiel servicio, mi ama me concedió unas merecidas vacaciones, lo cual agradecí infinitamente no por el hecho de encontrarme cansado -se sabe que poseo espíritu de vorágine- sino porque no soportaba su estúpida Navidad.

Si existiese la diabetes anímica esta casa hubiese sido su fanático promotor. Nadie soporta tal dulzor: ositos, guirnaldas, hombres de nieve, moños, luces, golosinas, Nochebuenas y brillos miles. Ninguna persona con la mínima civilización puede sobrellevar tal infortunio.

Me bastó dedicar mis días de descanso a explorar el noroeste de las criptas para recuperar mi cordura. Los nichos húmedos y el polvo amigo fueron de gran ayuda. Hasta tuve oportunidad de participar en una que otra plática bizantina con los durmientes de aquel lugar. Por suerte las festividades no han contaminado esa geografía. Los huesos que ahí habitan reconocen que la "felicidad de utilería" es propia de los mortales. Ahí los muertos se conforman con la eternidad, filosofía que comparto con convicción.

Sin embargo (siempre existe un sin embargo en esta casa) mi regreso no ha sido armonioso del todo. Bastó que iniciara mis labores cotidianas de limpieza para descubrir, con gran horror, que las ridículas galletitas de jengibre no fueron empacadas junto con la parafernalia de las fiestas. Ahí siguen, sentadas en el sillón, una junto a la otra, tomándose las manos -si acaso las galletas pueden poseer extremidades. Ahí siguen, exhibiendo su patética risilla.

Los profesionales con altos grados de eficiencia, como yo, sabemos que un ambiente de trabajo in-ma-cu-la-do es invaluable. Por ello me veo forzado a resolver esta situación. Es lamentable no poder dedicar tiempo a narrar mis impresiones del viaje, pero debo salir a buscar ciertos ingredientes. El deber es primero.

En espera de nuevas anécdotas,
tuyo, y egregio,
Roderico.

viernes, 8 de enero de 2010

Sintonicen


"Existe un límite para la acción legal de la opinión colectiva sobre la independencia individual: encontrar este límite y defenderlo contra toda usurpación es tan indispensable para la buena marcha de las cosas humanas como para la protección contra el despotismo político".

John Stuart Mill, Sobre la libertad (1859)

jueves, 7 de enero de 2010

Pulcro


Si de una lámpara brotara el genio de los cuartos y me ofreciera un deseo, sé cual es mi cuarto ideal: paredes azul profundo y un muro principal con un retablo. Amo lo abigarrado y los techos altos. Aunque la limpieza del lugar me haría desear el minimalismo. Perdería mis días en alcanzar las telarañas de las esquinas, en cambiar las bombillas de mi candil dorado; y dejaría las uñas tratando de arar la tierrilla acumulada en los laberintos del estofado. Mas me quedaría el consuelo de sacar brillo a las mejillas regordetas de los querubines. Amo lo abigarrado y los techos altos porque ambos poseen el eco de la inmensidad.

Sin embargo, un cuarto vacío posee cierto encanto perturbador: el de la posibilidad. El mismo que nos atrae en los cuadernos nuevos, en los cuales el blanco encierra la posibilidad de que algo será ahí escrito. El mismo blanco que no ha de permanecer pues se transforma en el horror de todos los silencios; en el rostro de todo lo que jamas será dicho; en los folios de nuestra mortalidad.

Tengo cuadernos abigarrados. Tengo muchos cuadernos en blanco. Lástima que no exista el genio de los cuartos. Si existiera yo sabría que por ahí, en alguna lámpara extraviada, encontraría al genio de los cuadernos. Entonces mis letras serían azul profundo, techos altos y hermosos estofados.