lunes, 25 de enero de 2010

Legión en el baño o El Falso Flautista (1 de 2)


I

Hace unos días decidí rehabilitar el tercer baño de la casa. Lo usábamos como bodega. Creo que llevaba diez años sin ver un trapo. Pero ya casi está listo para prestar servicio a la comunidad. Aunque mi garganta todavía no está lista; a pesar de ser fumadora, tengo cierta suceptibilidad al polvo (y más si es ancestral). Debí seguir el ejemplo de Roderico y usar un cubre boca.

Mientras escombrábamos, mi mayor temor no era el polvo sino la posibilidada de encontrarme con una alimaña. Sospechaba la presencia de una araña violinista, la loxosceles laeta, cuyo sobrenombre de "araña de los rincones" acrecentaba mi fobia. Conozco al mentado arácnido por mi cuñado quien se dedica a recolectar y ordeñar arañas venenosas. Y por él sé que son animales tímidos que buscan lugares apartados como si fueran ermitaños. No sé, yo más bien siento que se alejan para esconder su fatalidad. Lo aciago no siempre se exhibe.

No encontramos ningún ser vivo. Al final, el baño abandonado sólo fue un nicho de polvo y no el altar de la inmundicia.

II

Los días que siguieron a la labor de limpieza se transformaron en grisura. No es novedad que los demonios de la locura me persiguen y que puedo crear días en los que habita toda la tristeza y todo el horror. En mi descenso me dediqué a imaginar que en el baño no habitaban las arañas sino Legión, quien busca los rincones para esconder su fatalidad. Y yo le había abierto la puerta. Por la casa revoloteaban los años, los recuerdos, el polvo de las cajas y el salitre de los mosaicos.

Por ahí andaban los demonios desterrados, tiñendo el entorno. Es el precio a pagar cuando uno se afana en que nada se mueva. Como si lo estático fuera el placebo de la felicidad. Y uno paga el precio tras estibar cajas selladas por años, tras tender trampas al polvo que guarda los silencios, tras cerrar la puerta e inhabilitar lo que se ha sido.

III

Roderico me ha alentado para que salga de la casa. Dice que mi encierro no es cosa de cuerdos. Yo le digo que ha ratos no soporto la luz del día, que me provoca pánico el como delinea las formas. Él no contesta y se limita a extenderme los huesos de su mano de los que caen tuercas y tornillos. Le digo que su alegoría es un cliché. El contesta que yo soy el cliché de la alegoría. Para cuando encuentro una respuesta, descubro que ya no tengo interlocutor. Adivino que es Roderico quien se mece en las ramas del abedul, allá afuera, tras la ventana cochambrosa que Legión me ha impedido limpiar.

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