lunes, 11 de enero de 2010

El diario de la tibia (Diario Íntimo de Roderico)

Querido diario:

Tras años de fiel servicio, mi ama me concedió unas merecidas vacaciones, lo cual agradecí infinitamente no por el hecho de encontrarme cansado -se sabe que poseo espíritu de vorágine- sino porque no soportaba su estúpida Navidad.

Si existiese la diabetes anímica esta casa hubiese sido su fanático promotor. Nadie soporta tal dulzor: ositos, guirnaldas, hombres de nieve, moños, luces, golosinas, Nochebuenas y brillos miles. Ninguna persona con la mínima civilización puede sobrellevar tal infortunio.

Me bastó dedicar mis días de descanso a explorar el noroeste de las criptas para recuperar mi cordura. Los nichos húmedos y el polvo amigo fueron de gran ayuda. Hasta tuve oportunidad de participar en una que otra plática bizantina con los durmientes de aquel lugar. Por suerte las festividades no han contaminado esa geografía. Los huesos que ahí habitan reconocen que la "felicidad de utilería" es propia de los mortales. Ahí los muertos se conforman con la eternidad, filosofía que comparto con convicción.

Sin embargo (siempre existe un sin embargo en esta casa) mi regreso no ha sido armonioso del todo. Bastó que iniciara mis labores cotidianas de limpieza para descubrir, con gran horror, que las ridículas galletitas de jengibre no fueron empacadas junto con la parafernalia de las fiestas. Ahí siguen, sentadas en el sillón, una junto a la otra, tomándose las manos -si acaso las galletas pueden poseer extremidades. Ahí siguen, exhibiendo su patética risilla.

Los profesionales con altos grados de eficiencia, como yo, sabemos que un ambiente de trabajo in-ma-cu-la-do es invaluable. Por ello me veo forzado a resolver esta situación. Es lamentable no poder dedicar tiempo a narrar mis impresiones del viaje, pero debo salir a buscar ciertos ingredientes. El deber es primero.

En espera de nuevas anécdotas,
tuyo, y egregio,
Roderico.

1 comentario:

Paloma Zubieta López dijo...

Estimado Roderico: celebro que haya escapado de la diabética casa de su ama, así como su vuelta de vacaciones bizantinas. Siempre un cambio de aires, aunque sea de aires encerrados por los siglos de los siglos, cae bien. Tenga cuidado con las galletitas de jengibre de su ama, no sea que la vaya a encolerizar si desaparecen. Reciba un gélido abrazo de su fiel admiradora.