viernes, 19 de agosto de 2011

Dulces sueños, Lorca

Infancia y muerte

Para buscar mi infancia, ¡Dios mío!
comí naranjas podridas, papeles viejos, palomares vacíos,
y encontré mi cuerpecito comido por las ratas,
en el fondo del aljibe y con las cabelleras de los locos.
Mi traje de marinero
no estaba empapado con el aceite de las ballenas,
pero tenía la eternidad vulnerable de las fotografías.
Ahogado, sí, bien ahogado. Duerme, hijito mío, duerme.
Niño vencido en el colegio y en el vals de la rosa herida,
asombrado con el alba oscura del vello sobre los muslos,
agonizando con su propio hombre que masticaba tabaco en su costado
siniestro.
Oigo un río seco lleno de latas de conserva
donde cantan las alcantarillas y arrojan las camisas llenas de sangre;
un río de gatos podridos que fingen corolas y anémonas
para engañar a la luna y que se apoye dulcemente en ellos.
Aquí solo con mi ahogado.
Aquí solo con la brisa de musgos fríos y tapaderas de hojalata.
Aquí sólo veo que ya me han cerrado la puerta.
Me han cerrado la puerta y hay un grupo de muertos
que juega al tiro al blanco, y otro grupo de muertos
que busca por la cocina las cáscaras de melón,
y un solitario, azul, inexplicable muerto
que me busca por las escaleras, que mete las manos en el aljibe
mientras los astros llenan de ceniza las cerraduras de las catedrales
y las gentes se quedan de pronto con todos las trajes pequeños.
Para buscar mi infancia, ¡Dios mío!,
comí limones estrujados, establos, periódicos marchitos.
Pero mi infancia era una rata que huía por un jardín oscurísimo,
una rata satisfecha mojada por el agua simple,
y que llevaba un anda de oro entre los dientes diminutos.

Federico García Lorca

del desencanto

Por temporadas salgo de mi torre imaginada para socializar. Elijo un camino, voy, hablo, escucho, observo, sonrío y me doy permiso de cruzar afectos. Pero la historia siempre termina igual: afuera de la torre está el recordatorio de todo aquello que me molesta, de todo aquello con lo que no comulgo. Entonces me esfuerzo para que mi intolerancia sea silente y no lleve a cabo una gran quema de brujas. Aunque el fuego parezca la única vía para deshacerme de mi desencanto.

Busco explicación y me digo que tal vez busco en el lugar equivocado. Luego pienso que todos los lugares están equivocados pues la reciprocidad última sólo se encuentra en el espejo.

Medito y llego a la conclusión de que la única forma de quedarme afuera es lograr la ceguera de todos los sentidos, ser como los más, ser el origen del desencanto. Pero decido que no vale la pena, que todas las maravillas en realidad habitan dentro de la torre imaginada. Desando el camino y me guardo. Ya tendremos otras temporadas.