jueves, 7 de enero de 2010

Pulcro


Si de una lámpara brotara el genio de los cuartos y me ofreciera un deseo, sé cual es mi cuarto ideal: paredes azul profundo y un muro principal con un retablo. Amo lo abigarrado y los techos altos. Aunque la limpieza del lugar me haría desear el minimalismo. Perdería mis días en alcanzar las telarañas de las esquinas, en cambiar las bombillas de mi candil dorado; y dejaría las uñas tratando de arar la tierrilla acumulada en los laberintos del estofado. Mas me quedaría el consuelo de sacar brillo a las mejillas regordetas de los querubines. Amo lo abigarrado y los techos altos porque ambos poseen el eco de la inmensidad.

Sin embargo, un cuarto vacío posee cierto encanto perturbador: el de la posibilidad. El mismo que nos atrae en los cuadernos nuevos, en los cuales el blanco encierra la posibilidad de que algo será ahí escrito. El mismo blanco que no ha de permanecer pues se transforma en el horror de todos los silencios; en el rostro de todo lo que jamas será dicho; en los folios de nuestra mortalidad.

Tengo cuadernos abigarrados. Tengo muchos cuadernos en blanco. Lástima que no exista el genio de los cuartos. Si existiera yo sabría que por ahí, en alguna lámpara extraviada, encontraría al genio de los cuadernos. Entonces mis letras serían azul profundo, techos altos y hermosos estofados.

2 comentarios:

Paloma Zubieta López dijo...

Me encantan los retablos y los cuadernos, soy de alma churrigueresca, pero me inquieta saber del genio de los cuadernos, porque quisiera conocer sus letras. ¡Bellísimo, miss Mergruen! Hartos besos de acá.

Rax dijo...

Bueno, pues siempre se puede pedir como deseo dicho cuarto y que sea de auto-limpiado :)