domingo, 22 de marzo de 2009

Putrefacción selectiva

Por cuestiones laborales, tuve que releer Sinuhé, el egipcio de Waltari. Fue una lectura veloz que me ha dejado una sensación de vacío. No reviví el asombro que me causó hace años, muchos ya. Toda lectura tiene su espacio y su tiempo, pero se antoja poder conservar aquella baja pasión que me provocaba traer el libro para arriba y para abajo ante la imposibilidad de interrumpir su lectura. Sí, se antoja entrar a la Casa de la Muerte con todo aquello que no queremos olvidar, entonces macerarlo en brebajes conservadores, arrancarle los órganos para dormirlos en urnas y cobijarlo con lienzos de lino. Y no guardar nada en templos majestuosos sino llevar todo a casa, colocarlo en la mesita de noche, en el sillón de la sala y en algún anaquel del refrigerador. Y se antoja sólo conservar lo que resulta caro, porque lo otro debe ser alimento de gusanos; lo otro debe ser el corro de la Danza Macabra que a ratos nos atormenta pero que al final sucumbirá pues el olvido no es otra cosa que una putrefacción inevitable.

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