
Ocurre que en los días existen segundos místicos. Es entonces cuando dirijo mis pupilas al cielo y añoro el regreso del mesías. Lo imagino emergiendo de una nube, todo vestido de blanco y con los ojos enrojecidos por la ira. Lo imagino en descenso, rodeado de su ejército celestial y con los ojos enrojecidos por la ira. Con un movimiento de su mano derecha limpia los mares y los ríos. Con un movimiento de su mano izquierda limpia las llagas y arrulla los estómagos hambrientos. Lo imagino inmenso, blanquísimo y con los ojos enrojecidos por la ira. Con un movimiento de su mano derecha azulea los cielos todos. Con un movimiento de su mano izquierda endulza los corazones todos. Lo imagino en los segundos místicos que guardan los días. Con el movimiento de sus manos arranca globos oculares de sus cuencas, cercena lenguas y vierte el rojo fuego de su ira en los laberintos de todos aquellos que han sembrado dolor en su nombre. Imagino a los nuevos sordos-ciegos-mudos, aterrados en sus tronos, desgarrados en sus nichos, mas todavía hambrientos de poder. Que sean malditos mil años. El consuelo habita sólo en escasos segundos que contienen los días. Los ojos enrojecidos observan tristes desde la otra orilla.