Así, me arrodillo en la ventana y toco el vidrio. Nadie abre. No puedo entrar afuera. Y todos los mundos que he imaginado escurren allá adentro. Unos serpentean en el tronco del árbol, aquellos crean mares al pie de los setos. Sé que los gorriones no huyen de la lluvia sino de los rostros verdaderos de los otros. Lo sé porque observo sus máscaras mitológicas reposar sobre las nubes.
Me arrodillo y busco una oración. Pero sólo recuerdo las rondas de la infancia. Rezo. Toco el vidrio. Y espero que los otros lleguen en cualquier momento y me inviten a entrar al infinito.
(Ilustración de nicoletta ceccoli)
1 comentario:
Mmmm... parece un cuadro de enfermedad por comer peces rojos sin recato
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