viernes, 11 de junio de 2010
Fútbol
No se llamen a engaño, ni Roderico ni yo somos pamboleros. Pero pruebo el entusiasmo de otros. Confieso que jamás bajaría de La Colina para asistir al Ángel a lanzar vítores por la selección. Nunca me pondría una camisa verde. Pero no tengo empacho en prender el televisor si los gritos de mi vecino son el indicador de que el partido "está bueno". O si se trata de ver el juego "bárbaro" de los alemanes o el "cuasi rugby"de los ingleses, todavía mejor.
Todo el mundo debe detener su viaje cotidiano de vez en cuando. Ciertos eventos brindan la catarsis. Toca a cada quien elegir la mejor opción.
No pierdo de vista los claroscuros. Como en todos los ámbitos, el fútbol tiene su lado turbio: el fanatismo, la corrupción, la demagogia y la manipulación económica. A pesar de ello, algunos tratan de disfrutar sólo el lado luminoso: el mundo lúdico.
Vea o no vea el partido de hoy, yo seré la misma mortal de ayer. Aficionados de diversos oficios y distintas edades pronto encenderán su televisor. Los que no compartan el gusto por este juego sigan su camino cotidiano, no se detengan a minimizar a sus seguidores ni a escupir su arrogancia en esta parada. Ustedes son los otros, tan mortales como los aficionados pero con otro destino: el otro cabo de la cuerda que cierra el círculo.
Nota: cuando la digo en voz alta suena a fútbol y no a futbol. Además la palabra parece una portería y la tilde un balón minúsculo en tiro a gol. Y sí, la RAE me da permiso.
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