miércoles, 26 de mayo de 2010

La encimera (mínimo homenaje a Gabriel Vargas)


Así ocurría en la infancia. Estaba prohibido leer historietas, los "monitos". Pero también ocurría que en una casa habitaba una encimera, de esas muy blancas, propias de las cocinas.

Durante una temporada la urgencia de llegar a casa de la abuela no radicaba en cortar frutos maduros de la higuera, tampoco en descubrir sobre la encimeras de la cocina el plato repleto de chilitos rellenos de atún; y no, nadie corría a buscar los dulces ocultos en bolsas de papel de estraza. La magia de la casa de la abuela vivía en uno de los cajones de la encimera: dentro esperaba el último ejemplar de La Familia Burrón. Y si nuestras visitas familiares se tornaban esporádicas, al ejemplar único solían sumarse un par. Mi tía compraba la publicación y nos la dejaba leer a escondidas.

La lectura se realizaba al fondo del jardín, o al resguardo del cuarto de planchado, lejos del ojo enjuiciador. Borola, Regino, Macuca y El rizo de oro brillaban aún más bajo la luz de la culpa y la exaltación de lo clandestino.

Tuve acceso a otras historietas en casas de amigos y primos; y de mis libreros disfruté de los "monitos" que los canones de mi casa consideraban intelectualmente correctos. Pero nada ni nadie igualaron los colores de Borola Tacuche. Dulces sueños, Gabriel Vargas, creador de sonrisas.

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