miércoles, 11 de noviembre de 2009

Cashmere


Aun las personas que poseen el privilegio de tener todos los sentidos, desarrollan más unos que otros. Se refleja cuando hablan, cuando aprehenden el entorno; y en la palabra escrita afecta su elección de sustantivos y verbos.

Aunque mis manos encuentran los jitomates maduros, dedican horas al teclado, son diestras en el lavado de platos y en el pintado de muros, el tacto no es mi sentido más desarrollado. No pertenezco al universo de las texturas, a lo que está frío o tibio; no uso las palabras áspero, rugoso, terso... ni siquiera estoy segura de poder hacer una lista con 10 palabras del catálogo "tacto". Todavía más, tras años de compartir mis días con la estufa, las yemas de mis dedos disfrutan de cierta insensibilidad ante el fuego. Sin embargo, me detengo a tocar las telas que cubrirán mi cuerpo pues muchas de ellas me incomodan. Será que nuestro sentido "más débil" es, precisamente, nuestro talón de Aquiles.

Pero de los escasos asombros que me dado el tacto, está la textura del cashmere. Creo que la primera vez que toqué una prenda de esta lana fue cuando mi madre viajó a Europa por primera vez. A mí me regaló un suéter color rojo, pero esa prenda era de una calidad inferior al que le había traído a mi padre. Su suéter color gris Oxford era inaudito, parecía estar vivo, como si se tratara de algún animalito fantástico. Cada vez que lo descubría en la cómoda u olvidado en algún sillón, lo acariciaba con placer casi idéntico al que me da comer.

Años después alguien me regaló un suéter del mismo color, el cashmere es casi tan terso como el suéter de mi padre. Mas el ritual es idéntico cuando lo saco de mi cajón o lo regreso a su reposo.

Ayer soñé con un suéter. Estaba en un parque, buscando el camino a casa. Malamente la noche me agarró. Por el sendero apareció un niño cuyo rostro era el de un adulto. Trató de arrebatarme la chalina que cargaba en mi antebrazo derecho. Con un leve tirón me libre de la fechoría. En ese instante me extrañó andar tan ligera de ropas, recordaba que hacía frío en el día (me había ido a la cama muerta de frío). El niño aprovechó mi distracción para tirar de lo que yo traía en la mano izquierda: un suéter de cashmere. Sentí su textura al apretarlo con fuerza, no recordaba traerlo. La fuerza sobrehumana del niño me atemorizó, di el suéter por perdido. Pero mayor fue el temor de perder esa textura placentera, esa prenda semejante a un animalito. Tiré del suéter hasta verlo deformado, su color escarlata contrastaba contra el marrón del sendero. Al final, gané. El niño huyó.

Hoy no entendía el por qué de la intensidad de esa textura en el sueño. Tampoco entendía el por qué de mi ira ante la posibilidad de perder una prenda de ropa. Mi guardarropa no tiene prioridad alguna. Pero fui al cajón para verificar que mi suéter gris Oxford estuviera listo para este invierno. Ahí estaba. Al tocarlo con mi mano izquierda la sensación fue diferente. Hace meses que la tengo "medio dormida". Sé que debo ir al doctor. Me falta la ira. O sentir temor ante la posibilidad de que mi mano se duerma para siempre.

2 comentarios:

Georgells dijo...

Entonces quizá el temor no era a perder el suéter, sino a que le arrebaran la sensación...

Miss Mergruen, no descuide eso por favor. Suéteres de Cashmere habrá más, pero manos sólo con las que cuenta.

Un abrazo!

G.

Paloma Zubieta López dijo...

Coincido plenamente con Mr. Georgells, atienda esa mano a la brevedad y deje de hacerse pato con las texturas, besitos.

PD. Me encantó que le haya arrancado el suéter al niño, ¡nomás eso faltaba!