sábado, 19 de septiembre de 2009

Los pollitos dicen...


Creo en la existencia del Limbo de los Versos; allí es a donde van a errar todos los versos que se han perdido por sí solos, pero también los que alguien ha escondido para crear nuevos misterios.

Hace muchos años logré rescatar un anima sola de una canción infantil. De la conocida letra "los pollitos dicen pío, pío, pío cuando tienen hambre, cuando tienen frío", encontré el verso que sigue: "y cuando han fenecido".

Suele ocurrir que los actos más ordinarios nos llevan a los umbrales. Así ocurrió el día que mi papá me llevó a una exposición de animales, en el Palacio de los Deportes. Había vacas, chivos, borregos, peces, olor a estiércol, humedad de paja y, por supuesto, pollitos. Imagino que el llevarse un pollito amarillo y lindo a casa, dentro de una bolsa de papel con agujeritos (para que respire el piquito), debe ser un ritual de toda infancia. O por lo menos de la mía sí lo fue.

El pollito llegó sano y salvo a casa para orquestar la búsqueda urgente de una caja de cartón, trapos viejos y la lámpara de escritorio para mantenerlo tibio. Para acallar el pío-pío del hambre le ofrecimos migajón remojado en leche sobre la tapa de un frasco que ya nadie usaba. Y así pasaron los días (tal vez sólo un par), atentos a acallar los pío-pío del pollito.

He conocido otras historias de pollitos en las que crecen hasta convertirse en gallinas o pollos. Algunos de ellos son expulsados de la casa: a otra casa con un patio más grande o la cacerola en la cocina de mamá. Pero mi pollito no terminó buscando lombrices en un jardín ajeno ni ahogado en el caldo con arroz. El mío se murió. Procedí a darle santa sepultura pues los niños saben, por instinto, qué hacer con los muertos. Arrojé el cuerpo en una bolsa y partí, junto con una amiga, a buscar el mejor lugar en la unidad habitacional para inaugurar un cementerio.

Encontramos unos arbustos lejos de la mirada morbosa de los otros niños, al pie de un edificio pero del lado opuesto a la entrada principal. Escarbamos la pequeña fosa con nuestros dedos y uñas cortas de niña. Colocamos el cuerpo del pollito dentro y procedimos a cubrirlo. Al final presioné la tierra con ambas manos, como si le practicara primeros auxilios, para evitar que algo o alguien desenterrara a mi muertito. Entonces escuchamos con claridad el pío-pío que salía de la tierra. Nuestro asombro-niño no nos impidió presionar la tierra una y otra vez, y sólo nos detuvimos cuando por nuestra mente cruzó la posibilidad de que el pollito seguía vivo. Abrimos la fosa con urgencia. Y nada, mi pollito seguía muerto, sólo más sucio.

Si el verso de la canción no hubiese desaparecido hubiésemos sabido que los pollitos dicen pío, pío, pío cuando han fenecido porque poseen un sistema respiratorio complejo, como el de todas las aves. Y basta que un poco de aire pase por su siringe, una cámara muscular con mebranas timpánicas, para que emita sonidos.

Al final cubrimos de nueva cuenta al pollito, mas evitamos presionar la tierra. Nos fuimos a los columpios y continuamos nuestra cotidianeidad de niñas.

Desde hace años, algunos días, recreo aquel canto subterráneo y tarareo el verso descubierto para que nadie puede olvidarlo.

2 comentarios:

Georgells dijo...

Genial el final de la canción infantil. No cabe duda que los significados aterradores nacen en la mente adulta, pues la infantil es demasiado grande para asustarse, sólo hay lugar para sorprenderse...

¿Y los humanos también diremos pío pío tras haber fenecido? ;)

G.

Libia dijo...

La explicación "racional" de por qué los pollitos dicen pío, pío, pío cuando han fenecido, no oculta la magia. Cuando más la cubre con un trapo.
Yo tuve un pollito de feria y también se murió. Lo enterramos -literalmente- debajo de un rosal y yo me puse triste; aunque mi tristeza no se debía a que el pollito hubiera fenecido, sino a que yo no había sabido mantenerlo vivo. Ahora que lo pienso, este año, tal vez ponga un poco de migajón en la ofrenda :P