martes, 9 de febrero de 2010

El Diario de la Tibia (Diario Íntimo de Roderico)


Querido diario:

Escribo estas líneas mientras el correr del agua, en la cocina, cobra un matiz de cascada y se acompasa con el zumbar de una abeja.

Hace unas horas todo era paz y quietud en esta casa. Me dedicaba a mis extenuantes labores domésticas cuando un enjambre de crujidos invadió el espacio. Al principio temblé ante la certeza de que algún roedor hubiera encontrado su nicho en este hogar. Pero bastó encontrar a mi ama quien, frente a su computadora, giraba en su silla al mismo tiempo que extraía frituras de una gran bolsa. Me extrañó descubrirla (una vez más) abandonada al ocio y la gula, pues ella había prometido desaguar la pecera que ningún pez habita ya. Pero los tibios siempre encuentran el modo de hacer el estúpido.

-Mira, se está desaguando solita -me dijo señalando una manguera- sólo tienes que succionar un poquito y listo, el agua sale y llena la cubeta.

No sé qué es peor: si vaciar la pecera en el doble de tiempo para dedicarlo a la ingesta de frituras o arriesgar la salud ante la posibilidad de beberse un buche de agua estancada. Lo que resulta intolerable es el cómo se afana mi ama cuando se trata de construir monumentos a su desidia. Por ello decidí cruzarme de brazos cuando la abeja entró a su cuarto y reir al verla correr lejos del lugar.

Sé que no resulta noble sacar ventaja de las fobias ajenas, salvo que la acción sea pedagójica. Esperaré a que la cocina se inunde del todo, entonces saldré sobre el lomo de la abeja. Hace días que no revolotéo sobre el jardín. Entonces mi ama podrá refleccionar sobre cuán nociva resulta la pereza, mientras trapea el agua estancada de su pecera.

En espera de nuevas anécdotas,
tuyo, y egregio,
Roderico.

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