1
Así como sueño conocer San Petesburgo, sueño con conocer el medioevo. Claro que viajaría en el tiempo con algunos "ajustes". Iría al pasado como hombre, como mujer resultaría imprudente. Aunque me provoca la idea de ser señor feudal la verdad es que elegiría un monasterio para dedicarme a la iluminación. Así entre rezos y tareas cotidianas dedicaría horas en el scriptum para iluminar las ediciones por encargo.
Con claridad veo las vetas de mi mesa de madera, mis pinceles y los recipientes guardianes de los disolventes y los pigmentos.
Escribiría el texto con maestría, trazaría el marco, las florituras y la inicial. Iluminaría entonces el folio con minio, cinabrio, añil, ocre, azafrán... y sólo realizaría obras sagradas por el placer de emplear el oro de caracola.
Tras años en el oficio, años de plomo y arsénico, tal vez enloquecería. Entonces vería a los ángeles y al cristo crucificado revolotear en mi cuarto; o al demonio y sus tentaciones reptar por el piso. Abrazaría a los emisarios del cielo con mis estigmas; ahuyentaría a las bestias del infierno con el silicio. Pero nada evitaría que cada mañana me sentara frente a mi mesa para iluminar los libros, los mismos que serían exhibidos en los atriles de los privilegiados: monarcas, señores, eminencias.
2
Tal vez nunca iré a San Petesburgo. Y en el medioevo, con suerte, hubiera sido la esposa de un panadero. Seguro habría muerto de parto o de peste. Jamás hubiera leído un libro como la mayoría de los mortales en aquella época. Todavía peor, habría sido analfabeta -como muchos de los señores feudales. La ignorancia era un democracia. Leer era privilegio del clero; perdón, sólo del alto clero.
Hoy tendría que alegrarme que los incunables cedieran su lugar a los folios de la imprenta. Sin importar cuáles fueron las motivaciones verdaderas de Gutenberg, la industralización del libro cambió la historia. Quiero creer que los iluminadores también se alegraron en su momento, imaginando que la civilización toda tendría acceso a lo que sus ojos tuvieron. Ofrendaron, entre estigmas y silicios, su oficio en favor de la democratización del libro.
"Libros para todos" sería un buen eslogan, pero como tal posee oscuros resquicios. El libro no es la panacea universal, ni siquiera un disfrute cuando se usa como fuente de manipulación, de persecución, de demagogias, de especulación. Leer un libro o dos, o una biblioteca completa, no cura la mezquindad. La distancia entre ser lector y ser aprendiz es el abismo.
3
Nunca iré a San Petesburgo, pero lo he visitado en mi lecturas; y ahora en la red. También en la red he hojeado los libros iluminados que desearía haber hecho; he descubierto bibliotecas, proyectos de difusión, facsímiles, reproducciones, traducciones, textos interactivos. Y a ratos siento que el "Libros para todos" no es sólo un eslogan.
La red, como otras cosas en la vida real, son una pompa de jabón: tornasoleada, volátil, hermosa pero frágil. Cuando revienta, la realidad nos escupe a la cara.
La democratización del libro, de cualquier cosa, es una utopía. En México el 70 por ciento de la población no tiene acceso cotidiano a la red. El otro 30 por ciento, me incluyo, creemos ser el 100 por ciento. Desconozco los porcentajes del primer mundo y no quiero conocer los del cuarto o quinto mundo.
Aún más, en los últimos días este 30 por ciento intercambia puntos de vista sobre el iPad, si bien sólo un puñado podrá adquirir el mentado artilugio (aquí no me incluyo).
Cada quien puede hacer lo que quiera con su cartera; pero lo lamentable es que no todos pueden elegir qué hacer con una cartera vacía: el 50 por ciento de la población vive con un salario mínimo (1,600 pesos mensuales, sí, para todo un mes, en promedio). No encuentro la manera de cuadrar este poder adquisitivo con la tecnología que, en teoría, ofrece en bandeja de oro todo el conocimiento.
4
Conocer San Petesburgo no importa, sino la posibilidad de soñar que puedo conocerlo. Otros sueños se apagan, y cada día me cuesta más trabajo encenderlos, me cansa jugar al ave fénix.
Acaso en un futuro my lejano la red, el iPad, los libros electrónicos y demás avances de la palabra escrita estén a la disposición de cualquier par de ojos. Nuevas generaciones de iluminadores tendrán que extinguirse. Pero hoy no es posible. En algunos lugares los libros no son para todos, mas yacen en los atriles de los privilegiados: monarcas, señores, eminencias.
Escucharé las mismas frases hasta el cansancio: hay pobres, hay ricos, es la naturaleza humana, no esperes más nada, blah, blah, blah. Cuando me haya cansado lo suficiente dejaré de soñar en San Petesburgo; y seré señor feudal, allá, en el medioevo. Pero hoy no.
1 comentario:
¡Qué nota más bonita, por el lado que se quiera ver!
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