
1. Temo el calor extremo, huyo de los rayos solares y respeto el crepitar del fuego. La muerte por fuego me horroriza. Creo que me bastan mis combustiones internas. Sin embargo, amo dedicar horas al fogón, tal vez porque mi gula es en realidad la armadura ante tanto pavor, o el triste antifaz de mi autodestrucción.
2. Tuve que caminar por las calles de La Colina bajo el rayo del sol. Había olvidado mis lentes y el hacer vicera con la palma de mi mano no bastó. La luz amarilla lo inundaba todo. Sentí calor y por un instante tuve el impulso de refugiarme bajo un árbol, en posición fetal, hasta que el sol muriera tras el horizonte de edificios. Tan solar y amarillo es el desconsuelo.
3. Tuve que caminar bajo los rayos del sol, en parte porque debía cumplir mis deberes y en parte porque temo que mi corazón estalle ante la ausencia de movimiento. Tan solar y amarillo es el desconsuelo que me detuve frente a un puesto de fruta: un kilo de esto, un kilo de lo otro y otros kilos de aquello.
4. Al regresar a casa coloqué acalorada mis compras de a kilo. Toda la fruta era amarilla. Pensé que el sol me había poseído. Ahí estaban sus rayos olorosos a piña, mango, guayaba, plátano y manzana. Todo mi desconsuelo yacía en ese frutero resplandeciente.