
Creo que ciertas festividades son propias de la niñez; o bien porque somos todavía niños o vivimos en un hábitat pleno de ellos. Y en ciertos momentos de vida, o por estilo de vida, la infancia no es la encargada de darle sentido a nuestro yo festivo. Entonces creamos los artificios suficientes para que la fiesta siga, aunque siempre podemos decidir por el rincón gris del que nada celebra.
Aquí no hay cosechas ni dioses arbóreos. No existió un mesías ni nadie espera su vuelta. Mucho menos se espera al que nunca ha venido ni vendrá.
Aquí no hay grandes proyectos por hacer ni logros añorados que iluminen el ego. Aquí las ventanas están orientadas a lugares imaginados.
Ya no recibo regalos bajo el árbol. Ya no coloco regalos bajo el árbol. Lo único que queda es la posibilidad de que regresen a él. Y ello es suficiente, como lo es sentir el aire frío en los pulmones mientras escucho el golpeteo de mis dedos sobre este teclado. Sea.