lunes, 29 de septiembre de 2008

De magnolias y sapos (1 de 3)


Aunque creía que las noches eran tranquilas he descubierto que, cuando no hay durmientes en esta casa, las noches son aún más silenciosas. El silencio total ante la falta de cuerpos me invita a prender la tele y buscar alguna película que perdí en cartelera. Siempre encuentro algo porque rara vez voy al cine, es algo que no entra en el presupuesto.
Me tocó ver Magnolia, de Paul Thomas Anderson, sin cortes comerciales. Al principio me preocupó el poder seguir aquel frenesí en plena madrugada. Luego me preocupó el hecho de que no iba a dormir: mi cuarto estaba lleno de magnolias y de sapos.
Si hubiese visto esta película hace algunos años no tendría nada de familiar, ningún guiño de complicidad. Pero hoy todos esos personajes son un albúm de fotos viejas que debe tener guardado en algún cajón.
Nunca entendí el por qué del nombre, tal vez me perdí algo al ir al baño o al ir a buscar algo dentro de mi nuevo refrigerador. Me quedé con el olor dulzón de la magnolia, tan parecido al de los nardos, tan similar al del primer aroma de los muertos, ese olor dulzón que lo inunda todo, el aroma de lo irreversible.
Y no sé, tal vez busque por ahí la respuesta, o alguien me explique el por qué del nombre aunque ello no me quite el horror de la transición de ese aroma dulzón al de los sapos voladores que se estrellaban contra los parabrisas. El tufo de tantas entrañas reventadas, de cientos de verrugas en estado de descomposición no deja de venir una y otra vez desde que vi la película.

lunes, 22 de septiembre de 2008