criptas
bitácora subterránea de Erika Mergruen y Roderico (siempre fiel).
jueves, 16 de febrero de 2012
Osiazul ha muerto, viva Osiazul
Para los que tuvieron curiosidad de entrar a mi sitio, Osiazul, este icono les será familiar. El sitio comenzó a flotar en la red en 2004. Hoy ha dejado de ser lo que fue, ahora flota en otro lugar. Su url ha sido redireccionada.
He conservado algo de su contenido original y he decidido continuar con estas Criptas en el nuevo lugar.
Imagino este nuevo Osiazul como un mal sueño de Mary Shelley, pero con la posibilidad de caminar por la red unos años más.
Y sin más, nos movemos. Roderico también me acompaña. Nos vemos allá:
domingo, 1 de enero de 2012
viernes, 30 de diciembre de 2011
La arbormancia (Guardagujas 40)
Me he permitido acuñar esta palabra, arbormancia, que sería el método de adivinación por medio de los árboles (en especial los de Navidad). No tengo claro cuál sería el procedimiento a seguir, pero me parece la vía más fácil para escribir la última entrega de este 2011 y darle un toque festivo a la columna. Aunque todo esto tiene algo de artificio, no me preocupa pues la mayoría de los árboles de Navidad son de material sintético. Además siento que su grado de certeza, en cuanto adivinación, es limitado y las más de las veces ingrato. Lo admito, su designio es burdo: la fiesta familiar, el correr de la gente, las aglomeraciones en la ciudad, el desquiciamiento por los regalitos, los regalos de los niños, lo regalos errados de los niños, los niños sin regalo, la falsa nieve... en fin, el árbol es el recipiente de los abalorios de la festividad.
Vayan y lean más sobre la arbormancia en el Guardagujas 40.
jueves, 29 de diciembre de 2011
De galletas de jengibre
1. Hace unos días me caí, no fue nada grave pues todavía aterrizo como los gatos. Me gané una raspadura que atendí como siempre: agua, jabón, desinfectante, curita. Pero esta vez me sorprendió sentir un ardor desmedido en la herida al desinfectarla. Sople sobre mi rodilla como lo he hecho siempre, conmigo misma y con mis hijos. Imaginé que mi piel es otra, que ha perdido su capacidad de resistencia o que este cuerpo se ha decidido a regodearse con el dolor. Decidida, vertí una nueva cantidad de desinfectante, más generosa. Entonces entendí que el dolor sólo se había acrecentado ante el temor de que algo en esa rodilla dejara de funcionar.
2. No es novedad: tengo fobia a los hospitales, a las enfermedades, a las recetas médicas, a las personas que buscan empatía vía las miserias de su cuerpo, y quemaría en leña verde a todos los hipocondríacos. Desprecio toda celebración de nuestra fragilidad física, no hay ningún mérito en ella. Basta saber que todos somos como esa galletita del cuento que corre rápido, rápido, creyendo que nunca nadie podrá alcanzarla. (Sí, al final la galleta muere tragada por la zorra).
3. Mis adversiones han comenzado a ser un problema, pues no busco médicos a tiempo ni pido ayuda "para no causar lástimas". Prueba de ello es que apenas hoy horneé mis galletas de jengibre. Por supuesto que no necesitaba la rodilla para amasar; una de mis manos ha decidido no moverse como solía hacerlo. Para la mayoría sólo se trata de unas estúpidas galletas, pero para mí es un símbolo íntimo: es una manera crujiente y dulce de cerrar ciclos. La Colina ahora huele a galletas gracias a la ayuda de mi familia.
4. Quisiera ahogar mi mano en desinfectante, para sentir ardor, para que sintiera el ardor y decidiera comportarse. Una galleta remojada se deshace y se transforma en el poso de un vaso con leche. Una galleta remojada no puede hornear ni cocinar ni teclear palabras aquí y allá; esto último es lo que más me aterra pues las galletas silentes son las primeras en ser devoradas por las zorras calaveras.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
viernes, 19 de agosto de 2011
Dulces sueños, Lorca
Para buscar mi infancia, ¡Dios mío!
comí naranjas podridas, papeles viejos, palomares vacíos,
y encontré mi cuerpecito comido por las ratas,
en el fondo del aljibe y con las cabelleras de los locos.
Mi traje de marinero
no estaba empapado con el aceite de las ballenas,
pero tenía la eternidad vulnerable de las fotografías.
Ahogado, sí, bien ahogado. Duerme, hijito mío, duerme.
Niño vencido en el colegio y en el vals de la rosa herida,
asombrado con el alba oscura del vello sobre los muslos,
agonizando con su propio hombre que masticaba tabaco en su costado
siniestro.
Oigo un río seco lleno de latas de conserva
donde cantan las alcantarillas y arrojan las camisas llenas de sangre;
un río de gatos podridos que fingen corolas y anémonas
para engañar a la luna y que se apoye dulcemente en ellos.
Aquí solo con mi ahogado.
Aquí solo con la brisa de musgos fríos y tapaderas de hojalata.
Aquí sólo veo que ya me han cerrado la puerta.
Me han cerrado la puerta y hay un grupo de muertos
que juega al tiro al blanco, y otro grupo de muertos
que busca por la cocina las cáscaras de melón,
y un solitario, azul, inexplicable muerto
que me busca por las escaleras, que mete las manos en el aljibe
mientras los astros llenan de ceniza las cerraduras de las catedrales
y las gentes se quedan de pronto con todos las trajes pequeños.
Para buscar mi infancia, ¡Dios mío!,
comí limones estrujados, establos, periódicos marchitos.
Pero mi infancia era una rata que huía por un jardín oscurísimo,
una rata satisfecha mojada por el agua simple,
y que llevaba un anda de oro entre los dientes diminutos.
Federico García Lorca
del desencanto
Busco explicación y me digo que tal vez busco en el lugar equivocado. Luego pienso que todos los lugares están equivocados pues la reciprocidad última sólo se encuentra en el espejo.
Medito y llego a la conclusión de que la única forma de quedarme afuera es lograr la ceguera de todos los sentidos, ser como los más, ser el origen del desencanto. Pero decido que no vale la pena, que todas las maravillas en realidad habitan dentro de la torre imaginada. Desando el camino y me guardo. Ya tendremos otras temporadas.
jueves, 28 de julio de 2011
La licnomancia (guardagujas#30)
"Desde niña me gustaba perderme en los laberintos dorados de los retablos y sentir inquietud ante la mirada de esos falsos títeres que algunos llaman querubines. Busco y siempre encuentro: vides, flores, carrizos, llagas, ojos de vidrio, terciopelos, parafina y telas de araña. Pero que el lector no se engañe, no profeso ninguna religión, ni siquiera fui educada en una, cuestión que agradezco pues acaso esta neutralidad es la que me permite disfrutar las expresiones plásticas de la fe dentro de las iglesias."
Para seguir leyendo vayan al Guardagujas 30 en busca de la licnomancia...