viernes, 28 de mayo de 2010

Las fuerzas morales

Cuando la justicia no preside a la armonía entre las regiones y las clases de un Estado, el patriotismo de los privilegiados ofende el sentimiento nacional de las víctimas. El culto mítico de la patria, como abstracción ajena a la realidad social, fue siempre característico de tiranuelos que inmolaron a los ciudadanos y deshonraron a las naciones. Aunque invoquen la patria para cubrir su bastardía moral, son enemigos de la nacionalidad los que no presienten devenir de su pueblo, los que lo oprimen, los que lo engañan, los que lo explotan. Enemigos, también, los que sirven y adulan a los poderosos y a los déspotas: histriones o lacayos, cómplices o mendigos. La mentira patriótica de los mercaderes es la antítesis del tierno sentimiento que constituye el patriotismo del corazón y de la armonía espiritual que pone dignos cimientos al nacionalismo civil. El patriotismo convencional de los políticos es al nacionalismo ingenuo de los pueblos como los fuegos artificiales a la luz del sol.

Sólo es patriota el que ama a sus conciudadanos, los educa, los alienta, los dignifica, los honra; el que lucha por el bienestar de su pueblo, sacrificándose por emanciparlo de todos los yugos; el que cree que la patria no es la celda del esclavo, sino el solar del hombre libre. Nadie tiene derecho de invocar la patria mientras no pruebe que ha contribuido con obras a honrarla y engrandecerla. Convertirla en instrumento de facción, de clase o de partido, es empequeñecerla. No es patriotismo el que de tiempo en tiempo chisporrotea en adjetivos, sino el que trabaja de manera constante para la dicha o la gloria común.

José Ingenieros, Las fuerzas morales, 1925

jueves, 27 de mayo de 2010

Ensor/Civet


Hace unos días me llevaron a ver la exposición de James Ensor al Museo Dolores Olmedo. Es una exposición pequeña pero inmensa en su contenido. Ensor se irá de las salas en junio. Quedan unos días para que vayan y vean el cuadro más hermoso de la susodicha exposición, el único de esa serie: Squelettes se disputant un pendu (Esquelos disputándose un ahorcado). Vayan y descubran la aparente blancura del cuadro, los colores que uno ha visto en la madera abandonada en una ciudad junto al mar, las calaveras amigas y las máscaras que niegan en la cotidianeidad. Vayan y lean "civet" en el letrero que cuelga de la lengua amoratada del ahorcado; y pregúntense por qué Ensor no usó la palabra "ragoût" (estofado) y sí la del estofado a base de cebollas y liebre ("civet"). Vayan y supongan que la muerte está hambrienta o que los seres siniestros que se ocultan tras las máscaras no han desayunado. O crean que el que cuelga es un chef caído en desgracia, o un carnicero que se murió de amor. Vayan y alimenten sus pupilas con los estofados de Ensor. El postre perdura en la memoria.

miércoles, 26 de mayo de 2010

La encimera (mínimo homenaje a Gabriel Vargas)


Así ocurría en la infancia. Estaba prohibido leer historietas, los "monitos". Pero también ocurría que en una casa habitaba una encimera, de esas muy blancas, propias de las cocinas.

Durante una temporada la urgencia de llegar a casa de la abuela no radicaba en cortar frutos maduros de la higuera, tampoco en descubrir sobre la encimeras de la cocina el plato repleto de chilitos rellenos de atún; y no, nadie corría a buscar los dulces ocultos en bolsas de papel de estraza. La magia de la casa de la abuela vivía en uno de los cajones de la encimera: dentro esperaba el último ejemplar de La Familia Burrón. Y si nuestras visitas familiares se tornaban esporádicas, al ejemplar único solían sumarse un par. Mi tía compraba la publicación y nos la dejaba leer a escondidas.

La lectura se realizaba al fondo del jardín, o al resguardo del cuarto de planchado, lejos del ojo enjuiciador. Borola, Regino, Macuca y El rizo de oro brillaban aún más bajo la luz de la culpa y la exaltación de lo clandestino.

Tuve acceso a otras historietas en casas de amigos y primos; y de mis libreros disfruté de los "monitos" que los canones de mi casa consideraban intelectualmente correctos. Pero nada ni nadie igualaron los colores de Borola Tacuche. Dulces sueños, Gabriel Vargas, creador de sonrisas.

viernes, 21 de mayo de 2010

Ocho alfileres tiene el silencio


1. Llevo semanas perdida en este laberinto por nadie venerado. Dentro de él no hay minotauros, sólo los muros desportillados de mis peores obsesiones. Hace días me he resignado. Ya no busco la salida, me adentro para encontrar el centro. Afuera el mundo sigue su tránsito dentro de otro laberinto.

2. Afuera nadie teme a la muerte, nadie atesora la vida. Adentro, la vida, es un témpano diminuto extraviado en un gran desierto.

3. La Tierra Baldía emerge durante el día. Me susurro que toda ella es producto de mi imaginación. La zozobra que late en mi esternón suelta una risilla.

4. He perdido mi tiempo en recrear laberintos cuando el único "real" es el del cuerpo, con sus torrentes, sus válvulas y sus fluídos. Todo este malestar es químico. El horror siempre ha estado presente, pero ahora me dilata las pupilas.

5. Quién desearía la desgracia de otros, quién la muerte de aquellos, quién la aniquilación del próximo. Ustedes, nimias escorias.

6. De mi fardel elijo los ovillos: una canción, un juego, un platillo. Tejo asideros dentro del laberinto con los hilos de mi cotidianeidad.

7. Y allá, en la cima, la locura enciende el hogar. Me espera, sin prisa. Abajo, en la planicie, recolecto guijarros azules para construir altares a dioses extintos.

8. Sólo es un desajuste químico. Mi cuerpo se ha cobrado las ausencias. Dentro de unos días el silencio encontrará la salida doblando a la izquierda del laberinto. Lo sé. Pero los guijarros azules decoran el altar del minotauro muerto.

miércoles, 12 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

Plúmbago


1. Y tal vez el silencio no es uno sino todos los silencios postergados. Los diminutos silencios color plúmbago que aguardan su tiempo para tapizar la acera de los días. Los silencios ignorados con su paciencia de santo que nos hacen callar un día.

2. Me he preguntado si quiero decir algo, si acaso tengo algo que decir. Espero la respuesta. Jamás contesto. El silencio está adentro, está afuera.

3. Pasan semanas y las palabras sólo son el espejo de los muertos que apilo, en sueños, cerca de la ventana.

4. Y tal vez todos los silencios, laboriosos como hormigas, lo han devorado todo. Y sólo nos queda sentarnos sobre los puntos suspensivos de esta nuestra tierra baldía.